L’ ETAPE GRANADA By José Vacas

L´ETAPE GRANADA by TOUR DE FRANCE

Se acaba la temporada y los globeros ya hemos hecho todo lo que queríamos. Mucha bici, muchos amigos, algún desafío y solo pedimos descansar y salir a rodar sin compromisos. Pero ¡sorpresa!, aparece una marcha que ya me perdí en Madrid L´etape by Tour de France, pero esta vez en mi tierra, Granada y……. ¿quién podría resistirse? Inscripción hecha y el domingo 24 de octubre allí estuve en la línea de salida.

Esta es una pequeña crónica de lo sucedido con final feliz, pero de sufrimiento durante la prueba. No será una crónica de superación sino de padecimiento, pero es lo que nos toca a la clase media del pelotón, a los globeros tardíos y con años. Aun así os aseguro, que tomar el sol de otoño en Granada al completar una prueba tan exigente para mí,está muy cerca de lo que significa tocar el cielo.

La inscripción la envié para la prueba larga de 176 km y 2.600 metros de desnivel, lo cual ya había recorrido en alguna salida y siempre impone respeto. Había opción de prueba corta con 131 km y 2.000 metros de desnivel aunque si viajaba hasta Granada era para ir a por todas. Así se lo hice saber a mis amigos y le tocó a mi binomio Iván el acompañarme y hacerme de liebre en las semanas previas para cargar metros en la mochila. Todo listo, todo preparado. Coche, bici, ropa, alimentación y la familia. Todos para allá.

Perfil de la prueba

El sábado previo y durante todo el día, era el turno de la entrega de dorsales en un pequeño village montado en el Palacio de Congresos de Granada con stands de Granada, Atika, Lapierra, Titán desert y Etixx. Todo perfecto pues la organización me pareció en todo momento modélica y no tuve ni un solo problema. Además contaba con el añadido de la diversión del Diablo del Tour que nos acompañó en todo momento recordándonos el apellido de la prueba “byTour de France”. Por la mañana recogida de maillot, dorsal y pulsera y por la tarde un breve briefing con Pedro Delgado.

Nunca se podrá agradecer suficiente a Perico lo que hace por el ciclismo y especialmente por mantener el cariño por este deporte. Es una verdadera maravilla cómo mantiene la ilusión propia y nos la transmite a todos. En la charla, entre sus bromas y chascarrillos con los puntos calientes del recorrido, ya nos previno de que vendrían sus familiares: “el tío del mazo” y “el tío calambres”. Este último lo conocí en persona pero no adelantemos acontecimientos. Salí de la reunión feliz y con las lecciones aprendidas.

El domingo 24, todo listo. Tenía miedo de elegir bien la ropa pues se esperaba mucho frío al amanecer y mucho calor al medio día así dejé a un lado la ropa de invierno y me quedé con el maillot, los manguitos, el chaleco cortavientos y el culotte corto. El termómetro marcaba unos 10 grados al comenzar y nos hacía presagiar un inicio duro hasta la salida del sol (llegó a bajar a 4 grados) pero de eso se trata, de prever las peores horas del día y aguantar. 

Elección perfecta. A las 8:00 de la mañana y puntual como un reloj, arrancamos los más de 1.000 participantes la marcha neutralizada durante 40 km hasta la separación de recorridos corto y largo. Pero vaya neutralización pues se rodó bastante rápido y es que en un abrir y cerrar de ojos habíamos dejado a Dúrcal enterrado en niebla, abandonado el embalse de Béznar a nuestra derecha y ya estábamos en la primera subida que era muy facilona en Lanjarón, en la puerta de las Alpujarras. Hecha la subida, empezamos a bajar rápido, muy rápido hacia Órgivadonde encontramos el primer avituallamiento líquido. Todo ordenado y limpio sin embargo eché de menos alguna otra bebida.

Durante todo el trayecto decenas de personas de la organización nos ayudaron señalizando perfectamente la carretera, señalética de direcciones perfecta y un aspecto pulcro en todo. Ambulancias, motos de apoyo, sonrisa y cortesía en todo el personal. Impoluto, ni un pero.

Desde Órgiva, otra bajada hasta comenzar el Puerto de Vélez de Benaudalla que tampoco planteaba problemas, pasamos la Gorgoracha y bajamos tranquilamente hasta Motril. Vaya sensación maravillosa la de ir desde Granada con Sierra Nevada al fondo y llegar a Motril con el mar Mediterráneo y el sol calentando.

Allí estaba instalado el primer avituallamiento sólido, en el Puerto de Motril (este puerto de barcos, no de sierra). Llevábamos 90 kilómetros y habían sido relajados pues todos los granadinos nos amedrentaban que llegarían los peores kilómetros después por lo que había que conservar.Tenían razón. Hasta ese momento no sentí ni el cansancioni hambre solo felicidad aunque empañada por un accidente de un compañero que vimos doliéndose de sus costillas y su cadera abrasada en un arrastrón. Ducha de realidad y precaución. 

Pero amigos, aquí empezó lo malo. Me metí en un grupo estupendo para comenzar las subidas duras que estaban precedidas de una zona muy llana junto al río Guadalfeo al abrigo de unos cortados gigantescos a nuestra derecha. Giro a izquierdas y comenzar el puerto de Los Güajares de 13 km y 5,7% de media. Aquí acabó mi felicidad. 

Sudé y sufrí como nunca. Los últimos 4 kilómetros hasta la cima se me hicieron eternos (sí, se me hicieron bola)pues tras una rampas del 10% a mitad de recorrido, intenté levantarme en la bici y mis cuádriceps dijeron basta. Cada vez que intentaba levantarme el músculo se acalambraba así que sentado, despacio, con la cadencia que podía llevar, decidí que ya llegaría arriba. Y llegué pero asustado porque estábamos en el kilómetro 120 de 176 y todavía quedaba el susto del día. 

Respiré profundo, aumenté cadencia en las zonas de subida y bajada tranquila hasta llegar a Pinos del Valle. Me esperaba un avituallamiento y me detuve a descansar unos momentos. Comí y bebí lo que pude. Comí fruta, frutos secos, refrescos, geles, agua, ……necesitaba un respiro. Lo necesitaba urgentemente así que me conciencié y me lo tomé con calma. Relax, a llegar donde pudiera y si había que parar, se paraba.

Monté en la bici y encaré las últimas dos subidas, Saleresy el Mirador de la Atalaya. Llegamos a Saleres tras unos pocos kilómetros, en el 130, y vi los repechos de un puerto marcado en el rutómetro como de 2ª con 3 km y media del 7,5%. Fácil ¿verdad? Pues que sepáis que algunos compañeros se bajaban y empujaban la bici. Nunca había subido una pendiente así, una locura y el espectáculo era dantesco. Yo sin poder levantarme me acordé de mis días de MTB así que agache la espalda, culo en la punta del sillín y con mi 32 detrás metido, a subir. La pendiente creció del 4, al 8, al 10, al ¡¡¡18%!!! y dejé de mirar el Garmin. La rueda delantera hasta se levantaba al hacer el esfuerzo en el pedaleo y yo rezando por mis músculos que no me la jugasen y gracias a Dios, no me la jugaron. Lo peor no fue el repecho, lo peor es que eran tres los repechos. Tres torturas, tres espantos. Los pasé al límite y por mi cabeza solo aparecía la idea de dejarlo o caerme con un calambre que me impidiese pedalear. Y me conjuré conmigo mismo: yo no lo dejaría, pararía si mis piernas no podían más pero mientras me dejasen, pedalearía. Coroné.

Solo quedaba el último puerto del Mirador de la Atalaya, muy corto, de 3 km, pero es que ni recuerdo como fue. Recuerdo llegar a la cima marcada con un cartel de la organización, poner un pie a tierra y en seguida me dejé caer hasta el último avituallamiento donde ni me detuve. Llevaba 140 km, había pasado lo peor y solo quedaban esos últimos kilómetros que siempre sobran.

Conocía el camino retorno de mis años de residencia en Granada y eran ligeras subidas hasta el Suspiro del Moro donde cuenta la leyenda que la madre de Boabdil le reprochó “llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. Para llegar hasta allí pedaleé a rueda deun grupo (muchas gracias por la ayuda) pero los dejé marchar pues mis piernas seguían dando señales de agotamiento. Al menos los calambres sólo eran una amenaza y no una realidad mientras estuviese sobre el sillín. Continué a mi ritmo, solo, últimos 20 kilómetros en solitario pero con Granada en el horizonte y la ilusión de poder terminar con el terreno a favor. A menos de 10 kilómetros, bordeando la base aérea de Armilla, un último calambre me obligó a sacar la cala y pedalear un rato solo con una pierna mientras la otra luchaba para volver a su estado natural. Unos minutos breves de agonía para calar la zapatilla otra vez y avanzar para llegar a la meta. 

Prueba acabada, por debajo de 7 horas pedaleando y agotado. Retorno al village, bicicleta aparcada, unas pantuflas para poder quitarte las zapatillas y a comer una ensalada de pasta, con una bebida y helado. Me senté solo, pues quería descansar y disfrutar tranquilamente del rato de reposo.

Todo terminado, todo acabado. No fue épico, no hubo aplausos, no hubo hinchada. Pero así somos los globeros, disfrutamos de los momentos así en solitario, pero son nuestros, solo nuestros.

P.D. Si me preguntas que si la recomendaría y la volvería a hacer te diría: Sí, por supuesto que sí. Soy globero.

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Un comentario en «L’ ETAPE GRANADA By José Vacas»

  1. Se me han puesto los pelos de punta solo de leer tan magna aventura! Ojalá algún día tenga piernas suficientes para tremendo desafío! Gracias por compartirnos tu experiencia

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