Hidratarse en una piscina municipal

Hoy tocaba entrenamiento de natación y pensé: “perfecto, no hay nada mejor que un remojón para relajarse” .Porque no hay nada más relajante que un entrenamiento en una piscina municipal.

Sí, ya lo sé, hay mucha gente a la que le da pereza y opina que es incómodo. En invierno llegas de la calle abrigado hasta las cejas y pasas en 0,2 sg de Siberia a Tahití (de temperatura hablamos) Te das toda la prisa que puedes en cambiarte y llegar al agua antes del desmayo. Para salir, al revés, lo que ocurre que ahora vas con el pelo mojado. Gripazo seguro, pero relajado.

Vayamos a lo de hoy, buen tiempo, calorcito, hoy sí apetece nadar y relajarse. Llegas al vestuario y acaban de salir los niños de sus clases de natación. Todos chorreando, jugando, gritando, tirándose los bañadores, los gorros… Jo! qué estrés. Empiezo a creer que quizás no sea necesario que entre en la piscina. Hay tantos charcos que podría entrenar en el vestuario.

Me cambio y huyo para dejar la mochila en la taquilla. Aunque antes he cogido todos los gadget que me hacen falta para entrenar: pullboy, tabla, palas, aletas, gafas… No está muy claro si voy a nadar o estoy de mudanza.

Y por fin estoy de pie delante de la piscina, ahora sí que sí, llega el momento de la relajación.

Hoy sólo hay dos calles para el nado libre. Un cartel identifica cada una de ellas: nado rápido y nado lento, pero que no te lleve a confusión, una es la calle de, llamémosla Maricarmen, la otra, la calle de, llamémosle Fermín.

En la calle de Maricarmen te la encontrarás a ella, mujer jubilada, que le da igual lo que ponga en el cartel o el ritmo al que esté nadando el resto de usuarios, ella se meterá en la calle en la que menos gente haya, porque ella lo vale y está en su derecho, porque ha pagado igual que tú. Nada a un ritmo lento pero constante. A braza, a crol, a espalda con los dos brazos… no se parará ni te dejará pasar. Saldrá de la pared cuando tú estés llegando sin importarle, sin piedad, como si tú no existieras.

En la calle de Fermín, te lo encontrarás a él. Hombre de mediana edad que intenta ponerse en forma. Hace uno o dos largos seguidos y descansa, pero, qué dos largos. A full, qué potencia, qué exhibición.

Y como la vida es un camino de elecciones, elijo la calle de Fermín. Cualquiera se enfrenta a Maricarmen.

Empiezo mi entrenamiento; calentamiento, primeras series y todo va sobre ruedas, vas coordinando, más o menos, los descansos de Fermín y sus arrancadas con tus largos sin molestaros demasiado. Te queda poco para terminar hasta que, de repente, vas por tu lado de la calle y le ves venir. Batiendo los brazos como si no hubiera un mañana. Con una fuerza y una cadencia que si en vez de agua fuera clara de huevo, la pondría a punto de nieve. Te intentas apartar lo más posible y… zas, te golpeas la punta de los dedos con la corchera. ¡¡¡Dios!!!! Hay estudios que demuestran que después de un parto y un cólico nefrítico, lo más doloroso en el mundo, es golpearte la punta de los dedos con la corchera de la piscina.

Se acabó, a la ducha.

 Y aquí llega un nuevo reto: vestirse. Claro, porque nadie habla de lo difícil que es vestirse en el vestuario de una piscina, de pie y en equilibrio, porque todos los bancos están ocupados, intentando que no se te moje la ropa con los charcos que dejaron los niños que salieron de sus clases de natación y… ponerse un vaquero. Eso es más difícil que montar un mueble de Ikea, pero lo consigo.

En este momento soy consciente de un misterio que me envuelve siempre que entro en el vestuario de la piscina. No sé si a alguien más le pasa, pero da igual la prisa que me dé, que entro el primero en el vestuario y de repente se genera un vórtice de espacio-tiempo y cuando me doy cuenta soy el último en salir. ¿Cómo lo hacen? Digno de ser investigado por Íker Jiménez.

 Al final, entrenamiento completado y por fin relajado.

Porque, como todo el mundo sabe, no hay nada más relajante que un entrenamiento de natación, en una piscina municipal.

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Un comentario en «Hidratarse en una piscina municipal»

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